lunes, 31 de agosto de 2015

Tic toc reloj, apenas unas horas

Tras una larga espera en la que he seguido de cerca los primeros días de mis compañeros becarios, finalmente ha llegado mi turno. Escribo a escasas horas de irme, por lo que en este mismo instante estoy algo agobiada, pero para ser honesta he de decir que no hay un solo estado de ánimo que predomine en esta situación. Debería hablar de nervios, de miedos, de ganas y alegría, de alivio, de morriña y curiosidad, de incertidumbre e incluso duda, de emoción... Todo un cóctel a combinar con el frenético cierre final de las maletas y los últimos recados pendientes (un consejo desde el fondo de mi corazón, da igual lo pronto que empieces a empaquetar, nunca, y digo NUNCA, será suficiente, así que si te dan la beca enhorabuena y empieza ya a pensar en comprar un adaptador y en no pasarte de 23 kilos). Los nervios están ahí por instantes, pero me siento como si todo lo que está sucediendo estos días pasase ante mí del mismo modo que lo haría una película: fugazmente, lleno de emociones pero sin llegar a afectarme del todo. Parece que esté viviendo las despedidas con la distante tranquilidad de un espectador, como si en el fondo no fuese cierto y mañana volviese a verlos a todos como siempre. Así que supongo que el peso de la situación me caerá encima en todo su esplendor en el momento en el que el avión despegue. Creo que será necesaria una prueba tan tangible como esa para darme cuenta de que las maletas que esperan en la entrada implican mucho más que un simple fin de semana de partido fuera o una excursión de clase. Eso sí, no puedo quitarme de la cabeza la sensación de cerrar una etapa a la que nunca podré volver del todo, y pensar así me pone un poco triste.

Pero vamos a ver, ¡que me voy a Estados Unidos! Ni todas las dudas del mundo podrían quitarme las ganas de recoger cuanto antes los cargadores y el pasaporte y salir pitando hacia el aeropuerto. Vamos camino de un lugar enorme y completamente desconocido, en el que no tengo ni idea de qué me  voy a encontrar, y contamos con casi 10 meses para descubrirlo. Si hay algo que tengo claro es que merecerá la pena, y ni mucho menos pienso en echarme atrás. Sobran los motivos por los que estoy deseando subirme a ese avión. Me dolerá ver alejarse España desde la ventanilla, no lo niego, pero pronto podré escribir sobre lo que pasa al tomar tierra al otro lado del Atlántico. ¡Cuesta contener la alegría al pensar en ello! Por el momento, buenas noches y buen recibimiento al ansiado septiembre. Lo mejor está por llegar...